Alguno se acordará de las fresqueras que había en las casas antiguas. Era un simple armario pequeño, cubierto de tela metálica, que solía estar en el exterior, en una zona sombreada, preferiblemente orientada hacía el norte, y que se usaba para conservar los alimentos frescos, antes de la generalización de los frigoríficos.
El otro día estuvimos en una fresquera inmensa.
No tenía tela metálica, ni estaba adosada a la pared de una casa. Estaba en mitad del monte, hecha de piedra, y en su día, podía albergar hasta 20 toneladas de hielo y nieve; la Fresquera de Fiñumiga
Para admirar este curioso edificio, tiene que gustarte el senderismo.
La única forma de llegar hasta donde está, es hacer un camino bastante empinado, que no es apto para todos los públicos. Por esa zona aún no ha llegado la alcaldesa de Santander a poner escaleras mecánicas. Ahora, si te empeñas en realizar el esfuerzo, vas a volver maravillado.
El camino discurre por el macizo de Las Esguinzas, que separa las cuencas del río Miera y del Pisueña.
Nosotros subimos desde el barrio de La Cantolla, por un antiguo camino empedrado, marcado como PR (sendero de pequeño recorrido) que daba servicio a los carboneros que surtían de combustible a los hornos de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada.
La fresquera de Fiñumiga se construyó allá por 1764, para albergar hielo y nieve, parece ser que con el fin de aliviar las quemaduras producidas en la cercana fundición de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada.
La nevera consiste en un pozo excavado en la piedra viva, de unos 3 metros de profundidad, rodeado de una pared circular de sillería, fabricada a cal y canto, y rematada con un techo de falsa cúpula. Exteriormente se parece a una palloza. pero con cubierta de piedra.
Enclavada en mitad de un hayedo, hay que desviarse ligeramente del camino para visitarla, ya que está junto a una colina, en una zona baja, en la que reina la umbría.
Por suerte se mantiene aún en buenas condiciones, a pesar de su veteranía, y espero que se mantenga así durante mucho tiempo, para que las siguientes generaciones puedan disfrutar de la frescura de su vista.