Ermita de San Román del Moroso

En muchas ocasiones mis amigos de fuera, cuando viajan a Cantabria, me preguntan por mis sitios preferidos, aquellos que tengo grabados en las “cookies” de mi cerebro, y que me salen de forma inmediata, sin pensar. Son muchos, muy variados, y algunos no los comparto ni aunque me prometan el paraíso a cambio. Esos pocos son el paraíso, por lo que no tiene sentido que me ofrezcan lo que ya tengo al alcance de la mano.

Pero entre los lugares que comparto, hay un nombre que casi siempre me viene en primer lugar, y que cuando lo digo, me arranca una sonrisa; la ermita mozárabe de San Román del Moroso.

San Román del Moroso es especial. Es tan especial que fijaros en lo que os voy a contar. Esta mañana, según estaba escribiendo el artículo, mi querida amiga Belén me mandó un enlace a una noticia del periódico, en la que anunciaban un plan para restaurar la ermita ¿No me diréis que no es una coincidencia increíble? San Román y yo estamos unidos por un lazo invisible.

La forma más sencilla de llegar a la ermita es desde Bostronizo

Desde ahí coger una pista de tierra, que tras unos pocos kilómetros, llega a una amplia vaguada, en la que está el templo.

La sencillez de la ermita le confiere un encanto especial, pero es que además está situada en un lugar espectacular. La entrada discurre por un camino escoltado por frondosos robles, que parece te conducen a través de un túnel del tiempo. Tras una corta bajada llegamos a una valla de madera que delimita el acceso al espacio en el que se asienta nuestra ermita. Este lugar te va a dejar sin habla. Una pequeña pradera bordeada por un bosque, del que parece que van a salir en cualquier momento un montón de seres mitológicos. No en vano, gran parte de los elementos que adornan el exterior de la ermita son de origen pagano, en una extraña fusión entre religiones. La ermita fue construida durante un tiempo que una se imponía, a cuenta de la desaparición de las otras.

La ermita formaba parte de un conjunto monacal

Parece ser que lo que hoy vemos es lo que queda de un antiguo monasterio que debió de tener su consideración. De hecho, aún se pueden observar algunos vagos vestigios en la campa de al lado. Nada concluyente; líneas del terreno que dan pistas de que por ahí había un muro, terreno aparentemente allanado para dar cimiento a una construcción, y otras huellas imprecisas por las que no me voy a mojar en afirmar nada… solo lo que dice la gente del lugar y algunos viejos legajos.

El templo es pequeño, de apenas doce metros de longitud por seis de anchura, y de una sencillez extrema. Tiene una sola nave, con dos cuerpos de diferentes tamaños, y está construida con recia piedra de sillería unida en seco, sin argamasa. Remata el conjunto un tejado a dos aguas, con una espadaña que parece ser obra posterior a la construcción de la ermita. El alero del tejado está soportado por modillones decorados con diversos motivos geométricos y florales, originalmente pre-cristianos. Flores de cuatro y seis pétalos, discos solares y esvásticas, que como decía antes, son el reflejo de un mundo que se sumerge poco a poco en el cristianismo, sin haber soltado amarras del todo con el universo pagano.

Las entradas de luz son más bien escasas. En la parte sur encontramos dos pequeñas saeteras, que es como se llamaban las ventanas defensivas desde las que se podían lanzar flechas y saetas, enmarcadas en jambas. En el ábside hay encajada una pieza de lo más singular. Es un ventanuco en forma de cerradura, rematado por un pequeño arco de herradura. En la pieza en el que está practicada la ventana, hay labrada una cruz patada. Eso le llevó a mi bisabuelo, Don Amós de Escalante, a elucubrar acerca de la posibilidad de que en algún momento la ermita hubiera pertenecido a una orden hospitalaria.

Un dato curioso es que la puerta, rematada por un espléndido arco de herradura, mira hacía el norte, mientras que la cabecera está orientado hacía el este, algo que no es muy habitual. Seguramente la construcción tuvo que adaptarse al terreno circundante, de ahí su singularidad.

Pero datos aparte, lo que más impresiona es el conjunto de la ermita con su entorno. Algo difícilmente explicable con palabras, y que os invito a experimentar por vosotros mismos. Ya me contaréis.

Ermita de San Román de Moroso, Camino al Alto del Cueto, Arenas de Iguña, Besaya, Cantabria, 39400, España

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