Os presento al ojáncano.

Seguro que muchos habéis oído hablar de él en innumerables ocasiones, pero nunca habéis intentado conocerle un poco más a fondo.

Para mí es un ser entrañable, a pesar de ese aspecto tan terrible, ya que puebla gran parte de las historias de miedo de mi infancia, a las que ahora recuerdo con añoranza.

Aún tengo prendido en la memoria, un día que salimos al anochecer del refugio de Áliva, con Pedro Josué, amigo de mi padre y excelente montañero, a descubrir los misterios que amparaban los Picos de Europa entre sus sombras. Por el camino vimos acercarse, en la lejanía, una solitaria luz. Pedro nos contó que era el ojáncano, cuyo único ojo, cuando salía de caza, brillaba en la oscuridad como un faro. ¡Pobres de los rebecos que se encuentre en su camino! ¡Y pobres de nosotros si no volvemos de inmediato al refugio!, exclamó. Como ya estábamos bastante alejados, nos entraron los nervios, y salimos a escape, corriendo como almas que lleva el diablo. Cuando 15 minutos después el Land Rover de servicio llegó, con su faro tuerto, a las inmediaciones del refugio, ya estábamos metidos en la cama, rogando para que el ojáncano no fuera capaz de tirar la puerta abajo.

El ojáncano es el malo por antonomasia de la literatura cántabra. Es una suerte de Polifemo; grande peludo y con un solo ojo.

Este singular ogro, de tamaño descomunal, tiene el cuerpo cubierto de cerdas hirsutas, como las del jabalí, unas barbas y melenas pelirrojas, dos terribles hileras de dientes, y enormes manos dotadas de 10 dedos cada una. A pesar de tener un solo ojo, tienen una vista muy aguda. De todas maneras, las descripciones varían de una a otra comarca. Los que le describen, siempre lo han visto de lejos, por lo que sus explicaciones a veces son confusas, mientras que los que lo han visto de cerca, no han vivido para contarlo.

ojáncano

Lo que si está claro es que el ojáncano va cometiendo fechorías y desmanes por ahí donde pasa. Destroza huertos, ciega las fuentes, roba o devora ovejas, cabras y vacas, secuestra muchachas jóvenes, y es posible que su maldad, llegue hasta el punto de formar gobierno, tal es  el grado de su villanía.

Los otros ojáncanos
La figura del ojáncano es común a muchas otras mitologías de todo el mundo. Emparentado con los cíclopes griegos, está presente, con diferentes nombres, pero características muy similares, en todas las regiones del norte de España. Así en el País Vasco y parte de Navarra lo denominan Tártalo o Anxo, en Galicia Olláparo, y en Asturias Patarico. Ya veis que en todos los sitios cuecen habas, y en todos ellos hay siempre un ojáncano para comerse al que las ha cocido.

Habita en las cuevas y simas mas profundas, algunas de las cuales ha hecho con sus propias manos.

La buena noticia es que se le puede matar. Entre las espesas y rojizas barbas, se oculta un único pelo blanco. Si se le arranca ese pelo, el ojáncano pasa a mejor vida… pero claro, hay que encontrarlo. También se le puede cegar el ojo, algo que se nos antoja menos complicado que lo del pelo.

Una representación 3D, bastante libre, de un ojáncano…

Pero incluso entre monstruos, tiene que haber un pequeño hueco para el romanticismo,  y el ojáncano tiene a su lado una ojáncana. Es fea, desgarbada, con unos enormes y largos pechos, que cuando corre se echa a la espalda, y no desmerece en ferocidad a su compañero masculino. Algunas gentes, probablemente viendo en ella a la personificación de sus suegras, la presentan como mucho más malvada que el ojáncano, pero no damos pie a esas habladurías.

A la pobre ojáncana, hasta se la niega el privilegio de la fecundidad; es estéril. Cuando el ojáncano muere, muchas veces a manos de sus propios congéneres, se le entierra bajo un roble, y de su cadáver nacen unos enormes y repulsivos gusanos. La ojáncana los amamanta con sus pechos, que en vez de leche producen sangre. Al cabo de tres años, los gusanos se transforman en pequeños ojáncanos.

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