Vale, es posible que algunos, sobre todo los ramaliegos, os hayáis sorprendido con este título ¡Este tío se ha confundido! Habréis exclamado. Seguro que ayer, cuando lo escribía, se ha pillado una insolación justo cuando ha empezado a llover. Pues no, no me he confundido. Hoy os voy a hablar de un conjunto de trincheras que rodean Ramales de la Victoria, las más antiguas originarias de las guerras carlistas. Son una buena excusa para dar un paseo de senderismo por los alrededores de la villa, que nos llevará a través de una serie de lugares sorprendentes, cargados de historia, y de algunas leyendas.
Pero primero os pongo en antecedentes, para que comprendáis la razón por la que existe un entramado de trincheras y defensas militares alrededor de Ramales. Y es que Ramales se apellida “De la Victoria” por un acontecimiento bélico que tuvo lugar en sus inmediaciones, y que resultó decisivo en el transcurso de la primera “Guerra Carlista”; La Batalla de Ramales”. El suceso enfrentó a las tropas liberales del general Espartero con las carlistas del general Maroto, que sufrieron una decisiva derrota, aunque más adelante se ha dicho que la batalla estaba medio pactada. Hubiera o no hubiera pacto, los combates fueron muy duros, produciendo más de 2.000 bajas entre ambos contendientes. Que digo yo que si la victoria de los liberales estaba pactada, podrían haberse ahorrado semejante escabechina, y haberse jugado la batalla con una partida de ajedrez.
Decía mi bisabuelo Amós de Escalante, en su libro Costas y Montañas. Diario de un caminante (1871), que los estampidos de artillería se oían, cuando soplaba el viento a favor, desde el mismísimo Santander:
En aquellas asperezas se daba una batalla de días, complicada y difícil, batalla y asedio a la vez; combates de artillería y combates de arma blanca; batalla reñida, reñidísima, como que la sostenían por una y otra parte soldados curtidos y amaestrados en largas campañas sostenidas durante seis dolorosos años, al rigor de todas las penalidades del suelo, de todas las inclemencias del cielo.
El caso es que Ramales quedó arrasado. Los carlistas, en su retirada, incendiaron la ciudad, mientras que los liberales, a su entrada, saquearon y echaron abajo lo poco que aún quedaba en pie.
De esos y otros sucesos bélicos, encontramos aún bastantes vestigios en las proximidades de la villa ramaliega. Y cuando digo otros vestigios, me refiero a la Guerra Civil, ya que los restos se entremezclan y en algunos casos se sobreponen. Lo que era, durante una guerra, una posición ventajosa para la defensa de la zona, servía perfectamente para la que se libró 100 años después.
En realidad la visita a las trincheras es una excusa para visitar algunos de los lugares más interesantes de los alrededores de Ramales, y poder experimentar una jornada cargada de interés. Desde el entramado urbano de la villa, nos dirigiremos hacía la cueva de Cullalvera, uno de los principales atractivos turísticos de la zona. Abandonando el asfalto, enfilamos un sendero que asciende por medio de un bosque de encinas, salpicado por mostajos, madroños y labiérnagos. Durante el recorrido nos encontramos con una desviación que nos indica la “Cueva de la Baranda”, una enorme cavidad de fácil acceso, en cuyo interior encontramos un bebedero para animales, por lo que debe, o ha debido servir, de refugio nocturno para el ganado.
Siguiendo la ruta principal, ascendemos al Monte Pando (493 m.), y es a lo largo de este último tramo donde vamos encontrando sucesivos emplazamientos defensivos, algunos en bastante buen estado de conservación. Como comentaba anteriormente, la mayor parte de las estructuras que ahora se ven, eran posiciones del ejército republicano durante la Guerra Civil, pero construidas aprovechando las trincheras carlistas de 1839.
Desde este mirador natural tendremos la oportunidad de disfrutar de una espectacular panorámica de 360ª con cumbres imponentes como el Pico San Vicente, la Peña de Busta, la Peña El Moro o El Mullir.
A mi las trincheras me impresionaron especialmente, al pensar que en esos huecos malsanos los soldados esperaban su incierto destino atenazados por el miedo, los piojos y el hambre. Que eran como una antesala de la muerte, en la que a pesar de todo, seguro que rieron, cantaron, escribieron a sus seres queridos y hasta jugaron más de una partida de cartas. Si pasáis por ahí, no olvidéis dedicarles un pequeño homenaje. Fueran del bando que fueran, eran como vosotros; padres, hijos, hermanos, amigos… simplemente hombres abocados a su destino.
Ramales de la Victoria, Asón-Agüera, Cantabria, 39809, España