Cueva de Chufín
Estuvimos en la cueva de Chufín, en Riclones
El nombre deriva de que la gente del lugar, la llamaba la “cueva del moro Chufín”.
Contaban que en su interior se ocultaba un tesoro que dejaron los moros. Algunas partes de la cueva, muestran las excavaciones que los paisanos hicieron para poder apoderarse de las riquezas que, supuestamente, albergaba la cueva de Chufín en su interior, en unos tiempos en los que aún no existía el BonoLoto.
Los moros sucedieron a los romanos en la catalogación popular de los lugares cuyo origen se ignoraba. Así encontramos por todo Cantabria, topónimos que aluden a los moros, sin que ellos tuvieran arte ni parte en el pastel; Cambera de los moros, Llasca de los moros, Bolera de los moros, Cueva de los moros, etc..
Cuando en los años 50 construyeron el embalse de Palombera, el acceso a la cueva de Chufín, durante los meses de lluvia en los que subía el nivel del agua, solo se podía hacer en barca. Esta singularidad daba un encanto especial a la visita.
Ahora ya no se puede acceder en bote, ya que a los guías, para manejarlo, les exigen las licencias de Navegación y de Primeros Auxilios, 4º dan de utilización de luchakos y estrellas de la muerte, y tercero de órgano polifónico… El acceso a la cueva, ha vuelto a circunscribirse a los meses en los que el nivel del agua del embalse lo permite, por lo que nos perdemos el bucólico paseo en barca.
El recorrido hasta la cueva es una preciosidad. Dejamos los coches a un par de kilómetros, en la caseta de información, y bajamos con la guía en un coche oficial, sin banderines ni cristales tintados, hasta la entrada de un camino de tierra. Seguimos andando, atravesando un prado con vacas, en el que había que sortear boñigas del tamaño de un coche pequeño y, en las que más que mancharte, te podías hundir hasta la cintura. Pasado el prado minado, había una preciosa cancela que daba acceso al terreno que orilla el pantano, por el que discurre el camino que desemboca en la cueva.
El camino está jalonado de pasarelas suspendidas sobre el agua que, en algunos casos, libran zonas bastante complicadas, por lo que no es aconsejable para personas con movilidad reducida o ancianos.
La cueva en si es pequeñita, y tiene la particularidad de que los 10 primeros metros hay que hacerlos a gatas. Para que no te dejes las rodillas machacadas, te dan unas cómodas rodilleras que, junto con el casco, te dan un aspecto de skater malote… impresión que, aunque tengan miles de años, acrecientan los grafitis del interior.
Al fondo, el agua del embalse ha llenado una sima, creando un pequeño lago, que nos oculta lo que podrían esconder las entrañas de el abismo.
Pinturas hay pocas, y algunas son complicadas de ver, o mejor dicho, de interpretar… Dos de ellas, de tipo antropomorfo, son bastante singulares, y se cree que se realizaron hace más de 18.000 años. Tanto en el interior como en la entrada de la cueva, hay gran cantidad de grabados de bisontes, caballos, bóvidos, ciervos y cabras, datados en el 11.000 a.c.
No sé si es que los cántabros, dada la gran cantidad de cuevas, y la riqueza de las mismas, estamos muy mal acostumbrados, pero a nosotros nos pareció algo decepcionante. Eso si, el lugar es maravilloso, el acceso toda una aventura y, Paula, la guía que nos tocó en suerte, un persona encantadora y una gran profesional.
Os dejo el enlace a la web de reservas, y os recuerdo que es una cueva pequeña, con el acceso restringido a un máximo de 6 personas.
La visita dura, entre aproximación y recorrido de la cueva, unas dos horas, y cuesta 15 €, precio a mi entender, demasiado alto.
No pongo fotos de la cueva, porque está prohibido hacer fotos, ni en el interior, ni en ropa interior…
Os remito a la web oficial de Cuevas de Cantabria, para que podáis ver alguna
Riclones, Rionansa, Cantabria, España