Y recorriendo la zona del Asón, me acerqué a una ermita rupestre que hace muchos años que no visitaba, la ermita de Socueva.
Me llevé a mi fiel Patán, que se está volviendo una eminencia en arte sacro, y al que puedo explicar las características arquitectónicas de cualquier edificio, sin que deje de prestar atención ni bostece. A cambio de una galleta, y la promesa de otra más al terminar la disertación, se convierte en el auditorio deseado por cualquier conferenciante. Mis amigos no lo hacen ni tan siquiera a cambio de un cuarto de cochinillo, acompañado de una buena botella de morapio.
El caso es que este tipo de iglesias, tan primitivas y antiguas me encantan. Me da por evocar lo que debió de ser practicar el culto en ellas, y los motivos por los que las hacían en lugares tan recónditos, tan escondidos, tan a salvo de las miradas de aquellos que no conocían explícitamente su emplazamiento. Eran zonas de frontera, con los musulmanes cerca realizando razzias continuamente, en las que los edificios religiosos debían de estar ocultos. Lo mismo pasaba en Etiopía, en Lalibela, con las iglesias excavadas en la roca.
Imagino a los guerreros musulmanes, recorriendo la zona montados en ágiles caballos, con las cimitarras desenvainadas a la búsqueda de pueblos que rapiñar. Mientras los parroquianos de la ermita de Socueva, sorprendidos por la incursión en medio de una misa, permanecen ocultos, aterrorizados, en absoluto silencio, rezando porque ninguna huella, ningún vestigio, les delate ante el invasor.
Llego a Arredondo, en la comarca de Asón-Agüera, conocido en Cantabria como “El ombligo del mundo”. Justo en mitad del pueblo, concretamente junto al indicador del km. 21 de la CA-261, hay un desvío en el que está indicado, con unos carteles morados, la dirección en la que se encuentra la ermita de Socueva.
Al cabo de un par de kilómetros llegamos a la entrada del pueblo de Socueva. Aquí también vamos encontrando pequeños indicadores que nos guían hacia la ermita de Socueva. En mitad del pueblo encontramos de frente dos casas pegadas, sin pista alguna acerca de la dirección correcta. Es el único sitio en el que faltan los carteles. Cogemos el camino de la derecha y subimos por una pista asfaltada, bastante empinada y estrecha en algunos tramos, que tras pasar varios carteles verdes en los que pone “ermita”, desemboca en una pequeña explanada a los pies del camino que nos lleva hasta el templo.
Una vez ahí es pan comido. Pasamos una cancela y tras subir unos 300 m., aparece la entrada de la ermita, a los pies de un imponente acantilado. El emplazamiento es perfecto, si no estás a escasos metros de su entrada no se ve. Según parece estuvo abandonada y perdida, hasta que una señora del pueblo la redescubrió y despejó la entrada de malezas y enredaderas. Bendita señora.
La zona huele a cabra que tira para atrás, por lo que supongo que el recinto externo de la iglesia debe de servir de corral de algún rebaño. O eso o es que el maligno la anda rondando. Hay un muro de piedra con una pequeña entrada rematada con un dintel y sin puerta. Tras sobrepasarlo, me encuentro con el soportal que conforma la parte externa de la ermita. La iglesia es semirupestre; una parte está en la cueva propiamente dicha, la más antigua, y la otra es externa, bajo un atrio de madera construído en el siglo XIX.
Desde ahí accedo a la parte rupestre propiamente dicha. La puerta excavada en la roca, da paso a una pequeña nave rectangular con suelo ascendente, que llega hasta un arco mozárabe de herradura por el que se entra al ábside. A través del arco, penetro en un pequeño espacio semicircular, rematado por una falsa bóveda, en el que se encuentra el altar original. El altar, de forma troncopiramidal, se asienta sobre un pilar de planta cuadrada con los bordes achaflanados.
La ermita de Socueva es pequeñita, muy intimista, y te transmite una increíble paz y sosiego. No es uno de los grandes templos, iglesias o colegiatas que estamos acostumbrados a contemplar por la geografía española, pero justamente por eso, por su singularidad y sencillez, es una visita imprescindible.
Ya solo me quedó hacer unas cuantas fotos, charlar un rato con Patán del tránsito de la vida y de la profundidad de los sentimientos místicos de la humanidad, que no de la perritud, y marcharnos con viento fresco a nuestro siguiente destino; un cochinillo al horno en Casa Tomás.
Cantabria, España
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Me han entrado ganas de volver!!! Muy buena descripción. Y muy interesante visita.
Gracias Mónica…. volvemos cuando quieras