La historia de la Fresquera de Fiñumiga

El grito pasó a través del mismísimo seno de las tetas de Liérganes. Phelipe Waldor, maestro fundidor venido de Lieja para trabajar en la Real Fábrica de Artillería de La Cavada, se miró estupefacto la piel del brazo. Eran tan solo unas pequeñas gotas, casi imperceptibles, pero el latigazo le dio la impresión de que le atravesaba la carne, de que le llegaba hasta el hueso. El orificio de salida del tercer horno de fundición había quedado medio atascado, y al manipularlo para limpiarlo, el arrabio había salido de golpe, salpicando aquí y allá. Por suerte solo le había alcanzado a él. El dolor casi le hizo perder el sentido.

De inmediato, los compañeros que estaban trabajando a su lado, avisaron a los médicos de la fundición, que acudieron con un cubo en el que habían metido un gran bloque de hielo y nieve compactada. Sumergieron el brazo abrasado de Phelipe en el agua helada, con el fin de reducir el efecto de las quemaduras.

¿Pero de dónde habían sacado, en pleno mes de junio de 1781, el hielo para enfriar el agua, si en esa época se carecía de los medios técnicos para producirlo o conservarlo?

La respuesta a esta pregunta la encontramos unos kilómetros más arriba de La Cavada, en el macizo de Las Esguinzas, que separa la cuenca del río Miera de la del Pisueña.

A Las Esguinzas, partiendo desde el barrio de La Cantolla, perteneciente a Mirones, podemos ascender por un bonito sendero, a ratos empedrado. Se le conoce como la Calzada de las Peñas y es un antiguo camino de herradura. El camino servía para que las mulas subieran a recoger la leña y el carbón, que se utilizaba para alimentar los altos hornos de la Real Fábrica. La calzada está encachada con piedra caliza y arenisca, y adaptada a los desniveles del terreno con taludes y contrafuertes.

Siguiendo este camino, y tras un ascenso bastante arduo, solo apto para gente a la que le guste el senderismo, nos encontramos con un edificio singular, que es el centro de nuestra historia; la fresquera de Fiñumiga.

Supongo que muchos de los más jóvenes no sabrán lo que es una fresquera, pero algunos de los mayores hemos convivido con ellas. Las fresqueras eran la alternativa ecológica a las neveras, en los tiempos en los que no eran tan habituales como ahora. Se solían instalar bajo las ventanas de las cocinas o en las despensas, abiertas a un patio al que diera la sombra, y se utilizaban para guardar verduras, mantequilla, y otros alimentos que no necesitaban de un frío excesivo para su conservación. No tenían ningún sistema de refrigeración mecánico o eléctrico. La sombra y la corriente que se producía a través de la tela metálica que hacía de pared de la fresquera, bastaba para preservar los alimentos.

La fresquera de Fiñumiga (vaya nombrecito complicado) es una construcción que parece una cabaña de hobbits. Nada más verla, te das cuenta de que estás ante algo extraordinario. Su morfología no pasa desapercibida, ya que no concuerdan con el estilo de las construcciones populares de la zona.

La nevera consiste en un pozo excavado en la piedra viva, de unos 3 metros de profundidad, rodeado de una pared circular de sillería, fabricada a cal y canto, y rematada con un techo de falsa cúpula. Exteriormente se parece a una palloza. pero con cubierta de piedra. Se construyó allá por 1764 para acumular hielo y nieve, con el fin de aliviar las quemaduras producidas en la cercana fundición de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada. Para que luego digan que en esa época no se  cuidaba a los trabajadores.

Está enclavada en una zona de umbría, en mitad de un hayedo, algo desviada del camino principal, por lo que hay que fijarse bien para no pasar de largo.

El hielo y la nieve se conservaba durante todo el año, de modo que en unas pocas horas, podían disponer de él en los hornos de la Real Fábrica. 

Por la ruta, aparte del propio camino empedrado, encontramos otros vestigios de la actividad de los operarios de la Real Fábrica. Hay varias fuentes de piedra, con pequeñas cisternas para conservar el agua, casi todas en desuso. Al ser un macizo calcáreo, las Esguinzas retienen muy poco agua de lluvia, por lo que era necesario construir estos ingenios para dar de beber a los mulos encargados del transporte.

El macizo nos brinda también otras agradables sorpresas, como son la cercana cueva de La Juntarnosa, y el hoyo sobre el que se asienta, del mismo nombre, que dicen que es la dolina más grande de Cantabria.

Tras todos estos datos y precisiones acerca de la fresquera, espero que os haya quedado más claro la causa por la que tanto Phelipe, como otros trabajadores de La Cavada, estaban bastante bien asistidos contra los accidentes producidos en la fundición. Y es que un trabajador especializado de ese tipo, que generalmente se tenían que traer de Flandes, era muy preciado, y había que velar por su bienestar. No es, no más ni menos, que una cuestión de productividad y sentido común. Las fábricas de cañones eran fundamentales para armar las flotas que protegían a España y sus provincias de ultramar, y que protegían el comercio del imperio, por lo que no podían parar por falta de personal cualificado.

Por suerte, y por lo apartado de su situación, la fresquera ha pervivido hasta hoy, como un vestigio de la que fue una de las industrias más prósperas de nuestra región, y que llevó el prestigio de nuestro trabajo por todos los confines del mundo.

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